viernes, 14 de octubre de 2011

No es lo mismo

Perdonen ustedes que me apropie de la frase de todo un Nobel, pero parece obvio que cualquier expresión que se le ocurra a un sujeto capaz de recibir tan alto galardón no está al alcance de cualquiera-y menos al mío-, por eso tengo que plagiar a Cela para expresar aquello de “No es lo mismo estar jodiendo que estar jodido”. Pues no, obviamente no es lo mismo.

Por eso, en el momento actual nosotros estamos en pleno participio, mientras que otros muchos disfrutan totalmente del gerundio. Parados, currantes mal pagados, estudiantes a punto de finalizar estudios, emprendedores, y un largo etcétera, estamos jodidos. Mientras tanto muchos otros están jodiendo duramente –no hace falta poner ejemplos, ¿no?-.

Sin duda alguno dirá aquello de que los que más tienen deben compartir con los que menos tienen –es lo políticamente correcto-. Sí, por una vez lo políticamente correcto parece coincidir con lo sensatamente correcto. Sin embargo el argumento que le sigue normalmente suele estar hueco. A la pregunta posterior solicitando una explicación que ofrecer al opulento de por qué debe compartir su trozo de pastel no suelen salir más que bobadas.

Y lo malo es que, como se suele decir, oraciones de burro no llegan al cielo, así que con argumentos vacíos de contenido no se consigue nada. Que si el que tiene ha de compartir porque es lo justo, que si las plusvalías del empresario, que si la esquilma del pobre obrero, que si obreros y empresarios… y vuelta a empezar. Y esto nos pasa por quedarnos en lo que a algunos de los gerundios les interesó. Vamos, que el colmo es que un gerundio convenza a un participio de cómo reclamar a otros participios mientras olvida a los gerundios. ¿Entienden algo? Pues da igual.

Que da igual no porque no me importe, que seguro que no me importa, pero sí que da igual porque no va a ningún lado. El gerundio que manda dirá que hay que subir impuestos a los ricos y lo hará. Y todos tan contentos. Y ahí sí que un argumento vacío demuestra que puede triunfar. Si lo siguiente que hiciésemos fuese preguntarle a ese gerundio ¿A qué ricos?, lo más seguro es que entonces sí se hiciese un vacío, pero en el cerebro del gerundio y en la conversación.

Porque a mí, y digo a mí porque confío más bien poco en muchos de nuestros similares, no me vale que se suban los impuestos a los que se lo han ganado con el sudor de su frente y que al fin y al cabo, lo único que van a ver es como su calidad de vida decrece. No me vale, pero no porque no deban pagar más de lo que ya pagan, que eso aún está por ver, si no que no me vale porque no me gusta que me tomen el pelo.

A mí sí me valdría que los que de verdad acumulan el dinero no desgraven con asociaciones y fundaciones pantalla, no evadan impuestos legalmente con el uso de S.I.C.A.V. –tener que invertir cerca de 3.000.000 millones de € para poder pagar solo un uno por cien de impuestos en ese dinero me parece un obra de ingeniería financiera capaz de soportar todas las caras de cemento de muchos políticos-. Pero no me vale que el que hereda un piso, o el poco dinero que sus padres han ahorrado en toda una vida, tenga que pagar a Hacienda unas cantidades que dejan temblando cualquier cartera de a pié por el renovado impuesto del patrimonio o por el impuesto que sea-si no existe no cante victoria, ya lo habrá y no se librará-. Igual que sí me valdría que los productos elaborados fuera de nuestras fronteras por nuestras propias empresas tuviesen altos aranceles – o al menos alguno- de entrada al país.

Por eso, por eso digo que los sujetos que mueven los hilos, y que suelen ser afines a las grandes fortunas, le digan al pueblo, que es quien lo pasa mal, que hay que controlar la economía sumergida en el tráfico económico –pídale el recibo al panadero, no sea que el I.V.A. de la barra de pan se le escape al Ministerio-, subir la retención a los trabajadores más cualificados –normalmente con mejor sueldo en las empresas-, reducir el sueldo al conserje del colegio público–funcionario raso-, mientras por detrás de él en plena rueda de prensa están pasando los grandes millonarios del país, con sacos llenos y el símbolo del dólar pintado fuera, camino de una puerta con el letrero encima y rotulado en grande SICAV, a mi por lo menos, no me convence.

Y poco más. Que es políticamente correcto decir que hay que subir impuestos a los ricos -sin decir a que ricos-, que es políticamente correcto decir que los que más tienen han de compartir con los que menos tienen, sí, y que además por una vez, y sin que sirva de precedente, tiene lógica. Sin embargo ya no es tan políticamente correcto decir que los ricos no son los que cobran más por su trabajo y esfuerzo, y que además se lo han ganado con el sudor de su frente, ni lo es decir que un autónomo con dos empleados tenga que mirar por lo que gana más que por lo que paga. Pero es así, y no son ellos los que tienen que hacer un sobreesfuerzo ya que ellos todavía son participios. Y sin aclarar estos puntos será difícil solucionar los problemas actuales de forma que no sigan siendo cíclicos.

martes, 11 de octubre de 2011

Cabras y zorros

Es sencillo encontrar algo políticamente absurdo a día de hoy. Lo difícil es poder encontrar algo políticamente incorrecto que pretenda ser políticamente correcto. Y aun peor es que no te guste. Bueno, concretamente que no me guste. Aunque he de decir que la primera lectura de lo sucedido me hizo más gracia que otra cosa. La segunda me provocó un cambio de gesto, entre sonrisa irónica y ceño fruncido. Pensándolo un rato después ya no me hizo gracia. Me refiero a una de nuestras últimas sentencias…peculiares podríamos decir.

Y dicho sea con el respeto que merecen las sentencias judiciales, más que nada por la divina necesidad de cumplirlas, seguirlas y creerlas como un auténtico dogma de fe, o en su defecto hacer frente a las consecuencias que se deriven –que de buen rollo me ha quedado-. Y es que decir que `zorra´ no es un insulto puede dar lugar a conclusiones precipitadas. Sobre todo porque no faltó tiempo para que alguien hiciese la oportuna comparación con otro ejemplo de polisemia en el nombre de un animal, encarnado en esta ocasión en la figura del cerdo.

Está claro que de una u otra forma a nadie le gustaría que se refiriesen a ningún miembro de su familia como cerdo o zorra. Más que nada porque referirse a un individuo de raza humana por el nombre de otro integrante del reino animal no suele ser plato de buen gusto para nadie. Así, ser un buitre, una zorra, un perro, una víbora, un elefante, una foca ártica, un aguililla o una rata, no es sinónimo de nada bueno. Algo que curiosamente no sucede con estar como un toro, ¿será cosa de las asociaciones pro-toro? Que por cierto, antitaurina no tiene lógica, quizás anticorridas.

Y es que aquí la cuestión no es si zorra es insulto o no –que a pesar de que en este caso concreto no debió serlo según S.S., no admite dudas-, la cuestión es cosa de educación –algo que por desgracia no se puede llevar a los tribunales, que si no estos sí que colapsarían irremediablemente-. La educación, gran ausente en esta época que nos toca vivir, y que lucha con lo políticamente correcto por hacerse un hueco. Porque si ya es difícil vivir en medio de individuos que se encargan de decirnos que podemos y no podemos decir para no herir sensibilidades, más difícil es cuando además de intentar censurar nuestras vidas lo hacen sin educación.

Pero esta cuestión, y sin ánimo de querer filosofar en exceso, se plantea ya por culpa de una mala interpretación de la ya referida polisemia. Y es que no tiene el mismo significado la educación que se recibe en casa que la que se recibe en los centros educativos. Más que nada porque la enseñanza pública significa otra cosa y ni está ni debe estar para que los niños sepan que no es correcto correr empujando a la gente por la calle ni por los pasillos de una cristalería donde las copas hacen equilibrios sobre un corcho de botella de champán. Ni siquiera lo es, aunque sé que a muchos padres les parecerá retrógrado, fascistoide e incluso anticonstitucional-que está muy de moda ahora-, gritar por donde quiera que vayan anunciando su presencia, ni jugar a las canicas en medio del súper. Por poner ejemplos.

Y son valores fundamentales que la humanidad está perdiendo y que deben ser introducidos en el sujeto desde pequeño, que se debe hacer en casa y que no se puede delegar en terceros a riesgo de arrepentirte en la jubilación, mientras miras por la ventana del geriátrico y piensas en que como sería todo si tus descendientes tuviesen otra educación y otros valores.

Para finalizar, que ya lié bastante la madeja, podemos desarrollar una teoría bastante lógica al tema principal del artículo en forma de función. En función de la falta de educación que nos lleva a perder la humanidad, parece que tratarnos como meros animales no debe ser considerado un insulto si no una mera descripción de la realidad, ni siquiera una falta de respeto.

jueves, 29 de septiembre de 2011

La primera

El problema al crear un blog suele ser encontrar un nombre que nos guste. Sin embargo, cuando una idea te ronda la cabeza durante mucho tiempo acaba siendo tarea sencilla dar con un título para desarrollarla. El problema es cuando le das tantas vueltas que ya no sabes si merece la pena llevarla a cabo.


Una vez me encontré con un libro de técnicas para mejorar la oratoria en público. Libro creado por uno de los considerados ´grandes psiquiatras´españoles -si es que a un psiquiatra realmente se le puede dar el apelativo de grande, que yo no lo se-. El caso es que la lectura del citado libro resultó muy gratificante, algo que no esperaba para nada, y a la postre bastante premonitoria, toda vez que en aquel momento yo aún no sabía que por mi profesión acabaría teniendo que convertirme a la fuerza en orador aunque no me gustase lo más mínimo.

El autor explicaba al lector un punto que, sin pasar de recomendación, puede entenderse como fundamental a la hora de exponer ideas ante un auditorio. Y este `secreto´ en el que yo no había reparado no era otro que pensar que si dudas de si algo debe ser dicho o no en tu discurso, lo mejor es que no lo digas. Vamos, que si tu mismo ya no estás seguro del interés que puede suscitar algo que vas a decir o de la conveniencia de decirlo, mejor que no lo digas.

Y ese es algo que no solo no se tiene en cuenta en España, si no que es algo muy habitual en esta Europa `común´ - no le pongo mayúscula, más por sinónimo de vulgar que por otra cosa-, y que se contagia al resto del mundo como epidemia en tiempos de crisis farmacéutica. Por eso muchas veces tenemos que soportar barbaridades que agentes la información nos dicen que son correctas, en vez de otras barbaridades que llevábamos viendo toda la vida y que ya no lo son. Barbaridades que asociaciones pro derechos de la arena del Desierto del Gobi-totalmente a favor de que se preserve la identidad y valores individuales de cada grano, así como el derecho de autodeterminación de cada duna- nos obligan a tragarnos cada día.

Por eso, y solamente por eso, porque yo también tengo derecho a decir que lo que aprendí de pequeño, hace no tantos años, y que parece que hoy ya no sirve para nada ya que no se suele ajustar a lo políticamente correcto, me parece aun perfectamente válido en el mundo actual. No solo eso, si no que no se yo si mis compañeros de generación no serán más avispados que los que tiene la gran suerte de nacer con un mini portatil bajo el brazo -por aquello de que a muchos escolares se los financia el Estado-, y todo por el hecho de que antes del `boom´de la informática solo traíamos pan debajo del brazo, aunque la verdad, al precio que subía el pan en los 80 y al ritmo que baja la tecnología en estos años, no se que preferirían nuestros padres, que para programar el vídeo ya iban limitados, pero para las cuentas de la casa eran auténticos linces, y sin problemas para hacer frente a los pagos...y sin asociaciones, vaya.